La Roca

Cambió la mía – Ana María Dorado

Me llamo Ana María Dorado y a fecha de hoy tengo 42 años.

Nací en el seno de una familia desestructurada. Mi padre era alcohólico y su patología le impedía ser consciente del mal ejemplo que estaba causando a sus siete hijos, todo lo contrario que mi madre, una mujer que siempre había profesado la fe cristiana y que desde bien temprano se esforzó por inculcarnos el amor a Dios que ella misma experimentaba en su vida.

Recuerdo que siempre nos llevaba a la iglesia, donde crecimos con muchos niños como nosotros, no era un tiempo que recuerde con desagrado. No obstante, al cumplir los trece años sentía que la vida dentro de la iglesia no era lo mío y tomé la decisión de explorar el mundo que había más allá de aquellas cuatro paredes.

Quería divertirme, como muchos de mis compañeros de clase querían hacer llegada la adolescencia, y errada en mis decisiones me lancé de lleno a hacer lo mismo que hacían los demás, dejando, eso sí, de lado lo que Dios pudiera opinar al respecto.

A los 17 años, mis padres tomaron la decisión de mudarnos del lugar en el que vivíamos y dado que yo no quería ir al lugar donde ellos habían decidido trasladarse, me emancipé con su consentimiento. Era demasiado joven para conocer todas las implicaciones que esto tenía, no obstante, decidí alquilar una habitación y comenzar así esa nueva etapa que se abría para mí. Pudiera sonar a aires de cambio que significaran una mayor libertad y crecimiento para mí pero años después he de reconocer que fue el inicio de la peor etapa que he vivido jamás, donde mi decline personal no hizo más que ir en aumento.

Fin de semana, uno tras otro, salía de fiesta en fiesta allá donde me apetecía ir. Me rodeé de personas que querían vivir la vida a toda velocidad y creí que esa filosofía de vida era la correcta para mí. Que engañada estaba.

Poco a poco caí en el espiral de las drogas y los abusos, era esclava de las sustancias que consumía, las cuales me ataban a ellas y por las cuales hice cosas horribles. Era dependiente de mis vicios, que sin darme cuenta me estaban llevando a la muerte, de hecho, casi lo consiguen en una ocasión en la que padecí un amago de infarto. Tampoco era mi conducta mejor en otras áreas, de hecho llegué a caer en la cleptomanía y raro era el lugar en el que no había cosa que no quisiera robar.

Todavía recuerdo que durante aquellos años de mi juventud, mi madre solía regalarme cada año un calendario cristiano en el que había versículos bíblicos y reflexiones. Sinceramente, he de reconocer que no me importaba lo que en él estaba escrito y sólo le daba el uso que se le suele dar a cualquier otro tipo de calendario.

Por aquel entonces, caída de lleno en la cleptomanía, parecía que nadie veía las cosas de la misma forma que yo. Mi familia me llamaba la atención, especialmente mi esposo David y mi madre. Decían que esa forma de vida me iba a llevar a tener consecuencias muy malas, penales incluso, pero no era capaz de ver que lo que estaba haciendo estaba mal. Yo pensaba dentro de mí que el hecho de robar a las empresas no generaba daño a las personas y eso me animaba a seguir haciéndolo al margen de lo que opinasen aquellos que me querían.

Supongo que todas las cosas tienen un límite, al menos así lo fue para mí. Un día, recuerdo que en el mes de mayo de 2010, leí el calendario que mi madre me había regalado ese año y me fijé en varias referencias bíblicas que en él había escritas.

Cuando las leí era como si Dios hablase directamente a mi vida y palabra tras palabra sentía una punzada en el corazón, era como si fuese consciente de que algo en mi vida no estaba bien, como si supiese que algo en mí estaba estropeado y había que arreglarlo con urgencia.

Ese día hablé con Dios y le planté el siguiente reto: “Dios, si existes, revélate a mi vida”, le dije con total sinceridad.

«Gracias Señor por tu obra en mí»

Poco después, cuando iba a trabajar tenía la sensación que alguien hablaba dentro de mí y no era la conciencia a la que estaba acostumbrada. Parecía adelantarme lo que me iba a suceder si volvía a robar en el trabajo, me decía que sería despedida. Insensata de mí, ese día volví a robar y tras hacerme pasar un rato merecidamente bochornoso, me despidieron. Sentía que quería morirme y que mi vida se desmoronaba después de tantas y tantas cosas vividas.

Parece que a veces es necesario encontrarse al borde del abismo para darse cuenta de la situación en la que uno está, o al menos así lo evalúo ahora. A partir de ese instante decidí acercarme a Dios porque nadie más podía arreglar el desastre en el que había convertido mi vida.

Poco a poco, Él fue trabajando dentro de mí y en cada área personal. Pedí perdón por aquellas cosas que había hecho en el pasado y me arrepentí, aun de las cosas que me costaron más esfuerzo. Dios por su parte iba arreglando mis emociones, mi matrimonio, mis relaciones familiares y hasta mi vida laboral; ¡fue y es increíble!

En Agosto de 2010 me bauticé y en la actualidad continuo ese proceso de edificación por el que todo creyente pasa a lo largo de la vida. Ahora le sirvo con los dones y talentos que Él me dio porque nace de mi corazón devolverle con agradecimiento las muchas cosas buenas que Él ha hecho en mí y en los míos.

Siento tanta alegría dentro de mí, que me resulta difícil callar mi experiencia, máxime cuando todos podemos observar a nuestro alrededor que el mundo sigue siendo sucio y que, por desgracia, cada día son más los chicos y chicas que, como yo en su momento, destrozan sus vidas por vivir alocadamente.

Ojalá mi testimonio personal sirva para que otros vean que aceptar a Jesús es la única salida a nuestro estado y si bien es cierto que la vida siempre es compleja, con Él a nuestro lado no hay dificultad que nos impida ver un nuevo amanecer, más brillante, más limpio, más esperanzador.

Que el Señor Jesús bendiga vuestras vidas.

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