mujer sanada por Jesús
Sergio Belmonte

Jesús sana a la mujer con flujo de sangre

El mismo acontecimiento se encuentra registrado en los tres evangelios sinópticos, los cuales podemos visitar para adquirir una mejor comprensión de la situación al completo. Éstos se encuentran registrados en Mateo 9:20-22, Marcos 5:25-34 y Lucas 8:43-48.

                Al estudiar los textos mencionados y sus referencias paralelas en el Antiguo Testamento, las cuales nos permiten comprender el trasfondo de la situación, podemos encontrar enseñanzas muy valiosas junto con su aplicación para nuestra vida cotidiana. Algunas de estas enseñanzas pueden ser las que se resumen a continuación de forma esquematizada:

Enseñanza Descripción
1 La preeminencia de la misericordia sobre la observancia de ciertas leyes
2 El temor a ser juzgado por los demás puede impedirnos acercarnos a Dios
3 Tener fe en Dios es confiar ciegamente en Él y esperar que aquello que se necesita será atendido
4 La fe genuina nos moviliza a la acción. Una fe estática es una fe muerta
5 Cristo conoce nuestras necesidades y nos atiende donde otros no alcanzan

Obviamente, podemos llegar a más conclusiones de las que se han expuesto en la tabla anterior pero no son objeto del estudio presente, de modo que nos centraremos en las cinco aplicaciones que hemos señalado. Para ello, y después de haber leído convenientemente la misma situación en los tres evangelios vamos a realizar una exposición cronológica de los eventos que observamos así como un análisis contextual y profundo de lo que va sucediendo a cada instante a fin de exprimir al máximo lo que las Sagradas Escrituras nos quieren transmitir.

“Pasando otra vez Jesús en una barca a la otra orilla, se reunió alrededor de Él una gran multitud, y Él estaba junto al mar” (Marcos 5:21)

En este pasaje, la Palabra comienza a narrarnos el evento 89 de la vida y ministerio de Jesús. Anteriormente, tal y como podemos leer en Marcos 5:1-20 y Lucas 8:26-39, Jesús había estado en la tierra de Gadara donde había expulsado a la legión de demonios del hombre y permitido que estos entraran en un ato de cerdos antes de precipitarse por el acantilado.

Nuestro Señor pasa de nuevo el mar de Galilea y regresa a Capernaum de donde había salido varios días atrás y donde durante un tiempo había estado haciendo multitud de milagros y señales. Al enterarse el pueblo de que el Maestro regresa a sus costas, acuden en multitud para seguir recibiendo sus enseñanzas.

Por aquel entonces la fama de Jesús ya era grande debido a toda su trayectoria ministerial, lo cual convierte en normal el hecho de que muchas personas quisieran verle. Ahora bien, posiblemente no todas las personas se acercaron a Él para recibir sanas enseñanzas que pudieran transformar sus vidas. Es más que probable que según las palabras que Él mismo dice en Lucas 10:15 (“Y tú, Capernaúm, que hasta los cielos eres levantada, hasta el Hades serás abatida”), muchos de los habitantes del lugar se hubieron podido acercar por motivos bien distintos. Quizá algunos, como el propio rey Herodes hizo más tarde tras el arresto de Mesías (Lucas 23:6-12), sólo querían ver a Jesús hacer milagros sobrenaturales como modo de salir de la rutina diaria. Otros se acercarían a verle debido a su fama, como si Él fuese un celebritie con el cual pudieran haberse hecho un selfie para más tarde poder presumir en sus redes sociales (analogía traída a nuestra actualidad).

Es aquí donde podemos preguntarnos sobre el motivo que nos acerca a Jesús:

Descripción
1 Atraídos por su fama:
Formar parte de una “asociación” reconocida y respetada mundialmente que convierte automáticamente a sus miembros en buenas personas (institución religiosa).
2Atraídos por entretenimiento:
Formar parte del espectáculo que cada vez más y más aglutina en torno al movimiento cristiano a artistas de todo tipo.
3 Atraídos por nuestra necesidad:
Debido a nuestro estado caído por causa del pecado y en el conocimiento de la necesidad que tenemos de la obra redentora y santificadora de Dios en nosotros, sin que la fama, fortuna, entretenimiento o diversión sean los motivos que nos movilicen hasta Él sino la necesidad de agradar a Aquel que es Señor sobre todas las cosas, junto al cual anhelamos estar por la eternidad

“Y vino uno de los principales de la sinagoga, llamado Jairo; y luego que le vio se postró a sus pies y le rogaba mucho, diciendo: Mi hija está agonizando; ven y pon las manos sobre ella para que sea salva, y vivirá” (Marcos 5:22-23)

Tan pronto escuchó que Jesús había regresado, Jairo acudió a ver a Jesús porque tenía algo urgente que pedirle. Él era el responsable de la sinagoga local y acerarse a Jesús en busca de su intervención de seguro le causaría la enemistad con los fariseos; no obstante no le importó, su necesidad era más importante que las consecuencias que pudiera tener. Su necesidad era más importante que su reputación. Mientras Jesús enseñaba a la muchedumbre acerca del Reino de los Cielos, tal y como solía hacer, el responsable de la sinagoga judía se acercó a prisa e interrumpió al Rabí en mitad de su discurso.

                Jairo, haciendo algo inusual para un líder judío en este contexto, se postró a los pies de Jesús en reconocimiento de su autoridad y le rogó por la vida de su hija agonizante. Acto seguido la multitud se quedó expectante para ver la reacción de Jesús ante la intromisión de Jairo y al ver que accedió a acompañarle la muchedumbre posiblemente se alegró. La causa de la alegría del pueblo estaría relacionada con los tres puntos que se pueden leer en la tabla anterior. Unos querrían ver a Jesús hacer algo sobrenatural, otros querrían formar parte del espectáculo y finalmente otros serían los que querrían ver obrar al Señor a fin de aumentar su fe.

“Fue, pues, con Él; y le seguía una gran multitud, y le apretaban” (Marcos 5:24)

                Al ponerse en marcha, Jesús es seguido de sus discípulos (los cuales irían bien cerca de Él y a su alrededor), tras los cuales iba la muchedumbre. Recordemos que caminaban por la orilla del mar de Galilea en dirección al pueblo, de forma que la multitud iba menos compacta. Esto cambió cuando entraron al pueblo y las calles estrechas obligaron a la muchedumbre a aglutinarse más y más en torno al Señor.

                Mientras el gentío camina, el bullicio aumenta en el pueblo y la comitiva queda al descubierto. Ahora todo el mundo en el pueblo sabe que Jesús está en marcha y que algo va a suceder. Esto es notable para todos, incluso para una mujer que estaba enferma con flujo de sangre durante muchos años.

                Posiblemente la comitiva pasó delante de su casa o del lugar en el que ella se encontraba en ese preciso instante y al verles pasar trató de informarse un poco más acerca de Jesús y lo que iba a acontecer. Que importante es informarse acerca de quién es Jesús, nuestro Salvador.

“Pero una mujer que desde hacía doce años padecía de flujo de sangre” (Marcos 5:25)

                Para comprender la importancia de lo que sucedió a continuación en los versículos que continúan, hemos de entender qué quieren decirnos las Escrituras cuando en ellas se hace referencia a una mujer que padecía “flujo de sangre”. Según las leyes de pureza que encontramos en Levítico 15:19 en adelante, cualquier persona que tuviese cualquier tipo de emulsión de flujo interno que diese su cara al exterior era considerada inmunda o impura ceremonialmente. Esto afectaba a las mujeres durante su menstruación y a los hombres de igual modo cuando tenían algún tipo de flujo externo de semen.

                El motivo por el cual esta ley fue instaurada en el Antiguo Testamento era para prevenir al pueblo de las enfermedades contagiosas ya que cualquier atisbo de emulsión procedente del interior del cuerpo humano podía ser considerado como una causa de enfermedad, de forma que quien lo sufría era considerado un portador de enfermedad en potencia. Por esto las personas que sufrían este tipo de emulsiones no podían tocar a nadie mientras tanto éstas durasen, de la misma forma que no podían dormir acompañados para no contaminar a nadie. La emulsión privaba a la persona de participar en las actividades del Templo y sólo cuando éstas cesaban, y tras limpiarse y ofrecer un holocausto como sacrificio, podían retomar su vida espiritual junto al resto de la sociedad judía.

                De esta manera tenemos a esta mujer por inmunda, a la cual su propia sociedad consideraba como “intocable”, privada de cualquier tipo de relación social que incluyese el contacto físico y privada de una relación con el Templo, que por aquel entonces simbolizaba la vida espiritual entre Dios y su pueblo. No es de menospreciar también el malestar físico que la mujer tenía después de haber perdido tanta sangre durante tanto tiempo continuado, el cual pudo haberle causado anemia crónica y un estado de debilidad y flojera que no hay que pasar por alto.

                Todas estas cuestiones pueden servirnos a entender un poquito más cómo podía sentirse la citada mujer. Pero esto no es todo, aún hay más.

“Y había sufrido mucho de muchos médicos, y gastado todo lo que tenía, y nada había aprovechado, antes le iba peor” (Marcos 5:26)

                Doce años de malas experiencias, doce años de descubrir su intimidad a personas desconocidas, doce años de ver menguar los pocos recursos económicos; doce años sin provecho. A lo dicho en los párrafos anteriores, y leído esto mismo, hemos de sumar la tremenda frustración que la mujer podía sentir al ver que nadie, en referencia a las personas representadas por los médicos, ni nada, en referencia a lo material representado por el dinero, había conseguido dar con la clave para solucionar los problemas que esta mujer tenía.

                Gloria a Dios que dota a hombres de conocimiento médico en aras de mejorar nuestra salud y no menos agradecimiento por los recursos que a cada uno nos da. No obstante, y aunque tanto la medicina como la economía suelen resultar de gran utilidad para la calidad de vida humana, hemos de reconocer que hay situaciones que nadie más que Dios puede solucionar. A veces poner nuestras esperanzas en las personas y en la habilidad que tienen, del mismo modo que poner nuestro corazón en bien material alguno no es sino un error que siempre resultará perjudicial para nosotros siempre que el centro de nuestras decisiones no sea Dios mismo.

“Cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás entre la multitud, y tocó su manto. Porque decía: Si tocare tan solamente su manto, seré salva” (Marcos 5:27-28)

                Cuando la comitiva que sigue los pasos del Maestro pasa de largo del lugar en el que esta mujer se encuentra, ella se interesa en conocer de quién era aquel a quien seguía la multitud. Seguramente preguntó a alguien de quien pensó podría ayudarle a esclarecer sus dudas y cuando escuchó hablar acerca del testimonio del ministerio de Jesús y todo aquello que ya había hecho en toda la tierra de Israel creyó en lo más profundo de su ser que aquel a quienes algunos consideraban como el Mesías podía sanarle de su angustia.

                No obstante, en su mente seguían batallando dos ideas contrapuestas. Por un lado estaba la confianza puesta en aquel que creía podía sanarla de su enfermedad mientras que por otro lado estaba el miedo a ser descubierta haciendo algo impropio, dada su condición impura, y consecuentemente juzgada por la multitud. Este temor hacia la multitud fue lo que provocó que tratase de acercarse a Jesús por la espalda sin que nadie más se percatase de lo que iba a hacer; ella quería el milagro hecho sobre sí misma aunque temía la condenación del pueblo.

                Aún en mitad de la batalla interna, el deseo de ser libre de su azote pudo más que el miedo a ser juzgada, al menos por un instante. Su fe puesta en Jesús le llevó a la acción y esta es una importante enseñanza para todos los creyentes.

                Hablamos de fe cuando hay una reacción por nuestra parte. Una fe estática es una fe que no obra, por tanto es una fe que no da resultados, es una fe muerta. No fue así en este caso ya que la fe que la mujer mostró le llevó a movilizarse en aras de conseguir aquello que durante tanto tiempo, y de forma razonable, había ansiado.

“Y en seguida la fuente de su sangre se secó; y sintió en el cuerpo que estaba sana de aquel azote” (Marcos 5:29)

                La fe le llevó a reconocer que la solución a sus problemas residía en reducir la distancia entre Jesús y ella, a tocarle si era posible. Hoy día, donde proliferan gurús que prometen prosperidad, coaches que aseguran aumentar nuestro rendimiento o terapias que garantizan nuestra salud mental o física, la única solución que podemos encontrar en todas las esferas de nuestra vida es la misma que la que esta mujer, hace ya dos milenios atrás, encontró. Reducir la distancia que le separaba de Jesús.

                Nosotros mismos tenemos al alcance de nuestra mano el venir con confianza delante de la gracia de Dios a través del sacrificio que Cristo hizo por la humanidad. Aún cargados de problemas y circunstancias adversas, Dios nunca rechaza a aquel que con el corazón dispuesto se acerca a Él. Acercarnos a Jesús, tal y como esta mujer estaba experimentando en ese preciso instante cuando la enfermedad le abandonó de forma milagrosa, es lo mejor que podemos experimentar a lo largo de toda nuestra existencia.

“Luego Jesús, conociendo en sí mismo el poder que había salido de Él, volviéndose a la multitud, dijo: ¿Quién ha tocado mis vestidos? Sus discípulos le dijeron: ves que la multitud te aprieta y dices: ¿Quién me ha tocado? Pero Él miraba al alrededor para ver quién había hecho esto” (Marcos 5:30-32)

                Tratemos de imaginarnos la situación. Jesús va caminando seguido de la multitud que le aprieta tal y como pudimos ver al inicio de este estudio. Seguramente algunas personas iban hablando entre sí mientras que otras iban clamando al Señor para captar su atención. Quizá también las había que hacían las veces de vocero para que todo Capernaum pudiese seguirles y ver el milagro en directo. De todo esto podemos inferir que el ruido que acompañaba a Jesús era considerable.

                No obstante, Jesús, que hasta el instante en el que la mujer enferma de flujo de sangre tocó su manto había estado caminando desde la orilla del mar de Galilea hasta el pueblo en dirección de la casa de Jairo, se detiene de repente y lanza las preguntas que hemos podido leer en los versículos anteriores.

                Jesús conoce que de Él ha salido poder, eso es indudable. Sabe que alguien con fe se ha acercado a Él por la espalda y ahora quiere dar una lección más al pueblo acerca de la importancia de tener fe en Dios.

                Al detenerse de forma abrupta, y suponiendo que su gesto facial llamaba la atención por lo inusitado de la situación, las personas más cercanas a Él enmudecieron y el silencio debió expandirse de unos a otros entre los que le seguían.

                Jesús había preparado el escenario, algo iba a pasar aunque la gente no tenía ni idea de que era. Jesús pregunta, seguramente en tono serio para terminar de generar el ambiente deseado, y ninguno de sus discípulos da una contestación favorable. En ese preciso instante, y dada la contestación de los discípulos, un rumor comienza a crecer entre la multitud mientras Jesús busca a su alrededor a la persona que ha provocado que se detenga.

“Entonces la mujer, temiendo y temblando, sabiendo lo que en ella había sido hecho, vino y se postró delante de Él, y le dijo toda la verdad” (Marcos 5:33)

                Es posible que la multitud, junto con el Señor, también estuviese buscando al responsable. Cuando la multitud vio que Jesús se había detenido y que insistía en buscar a la persona, es más que posible que el gentío estuviese buscando con la mirada o a voces a quien estaba retrasando el milagro que todos querían ver en casa de Jairo. Esto añadió tensión a la situación y por ende más nerviosismo a la mujer, lo cual, sumado a la posible reacción del pueblo dada su condición de impura, hizo que un temor muy serio se apoderase de ella.

                No obstante, y aún a pesar de cómo se pudiera sentir en ese preciso instante, la mujer fue honesta y pasando entre el gentío se postró delante de Jesús para reconocer sus acciones.

                Que hermoso ejemplo de humildad para nosotros. Hoy día, y seguro que de igual manera como ha sucedido siempre, seguimos tratando de esconder nuestros fallos cuando los cometemos y muchas veces faltamos a la honestidad cuando tememos ser juzgados por los demás.

                Reconocer nuestros errores cuando estos se producen es el primer paso hacia un camino de estrecha relación con nuestro Dios y Creador. Dios se agrada de la honestidad de las personas y nos llama a vivir en ella, no solo de cara a nuestra relación con Él sino también entre nosotros como personas. Ser honestos mejora nuestras relaciones sociales, nos ayuda en los trabajos, nos capacita para ser ejemplo como agentes educadores en nuestras familias y reporta multitud de beneficios a quienes lo practican.

“Y Él le dijo: hija, tu fe te ha hecho salva; ve en paz, y queda libre de tu azote” (Marcos 5:34)

                Tremenda culminación para una situación atípica. El gentío estaba expectante y posiblemente no se esperaban que aquella persona que había tocado a Jesús se diera a conocer. De seguro fue una sorpresa para todos observar cómo aquella mujer impura se postraba delante del Maestro para reconocer que había sido ella quien le había tocado. Debido a la influencia cultural del pueblo judío, es más que probable que la multitud esperase algún tipo de condenación o juicio negativo por parte de Jesús pero sin embargo, y para sorpresa de todos, sucedió lo contrario. Así es nuestro Dios.

                Jesús conocía las necesidades de esta mujer, sabía cuánto tiempo, dolor, frustración y pérdida había supuesto para ella el estar enferma. El Mesías también conocía lo que la Ley Mosaica decía al respecto de las personas con emulsión de fluidos corporales sin embargo el Maestro de maestros estaba a punto de darnos una lección más: “La misericordia está por encima de la observación de la ley”.

                El Señor estaba poniendo en práctica aquello que ya habían hecho siglos atrás, David y sus hombres cuando llegaron a Nob donde el sacerdote Ahimelec les salió al encuentro            (1 Samuel 21:1-6). Ellos estaban hambrientos, realmente hambrientos, y no había nadie que les proporcionase alimento en el lugar. Cuando Ahimelec les vio, pudo ver la necesidad que tenían y accedió a la petición de David aun cuando el pan que les dio era el destinado a la propiciación del Señor. En este caso la misericordia fue mayor que la ley.

                De igual manera sucedió cuando el propio Señor Jesús recogía espigas con sus discípulos en un día de reposo. Ante la reprobación de los religiosos de la época, Él argumentó de forma práctica que la misericordia estaba por encima de la observancia de la Ley, tal y como hemos podido leer acerca de David y sus hombres. Cuando leemos:

“Misericordia quiero y no sacrificio, y conocimiento de Dios más que holocaustos” (Oseas 6:6)

Así queda claro que para Dios es importante suplir las necesidades reales de las personas. Él dio preeminencia al amor, aplicable a la necesidad de esa mujer, sobre la ley que pretendía enjuiciar a una persona que durante muchos años había estado enferma, tal y como el pueblo pretendía.

Finalmente, y después de visualizar otras traducciones bíblicas de Marcos 5:34, vemos que una no menos importante cuestión a tener en cuenta en esta enseñanza es el lugar donde descansa la fe. La fe descansa en la confianza plena en aquel que promete atender nuestras necesidades. Esta mujer confió en Jesús y eso la sanó de su enfermedad. Ella creyó que en Él había poder suficiente para erradicar el mal de su cuerpo donde tantos otros habían fracasado y su confianza no fue en vano.

Aplicable a nuestras adversidades cotidianas, y mucho más al poner nuestros ojos en la salvación prometida, la fe en Dios a través de Jesús es lo que nos da la confianza para abordar cualquier cuestión que pudiera surgir en nuestro caminar diario, a la vez que nos llena de gozo.

Que Dios bendiga su vida, poniendo en usted una tremenda confianza en Él que haga que cada día se interese más y más en acercarse al único y Soberano Señor sobre todo el universo, el que tiene poder para salvar a aquellos que se le acercan y quien juzga con justicia y rectitud. A Él sea la gloria por la eternidad en el nombre de su Hijo Jesús, amén.

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