JUSTIFICACIÓN
Sergio Belmonte

JUSTIFICACIÓN

1.1. Definición del concepto “justificación”.

El término “justificación” es ampliamente utilizado tanto en el Antiguo Testamento como el nuevo de forma que podemos encontrar el mismo concepto usado en distintos idiomas. Así por ejemplo, en el hebreo del A.T. se emplea el término “Tsadaq” y en el griego del N.T. se encuentra “Daikoó” para hacer referencia a “justificación. Ambos términos tienen una fuerte connotación jurídica, connotación que bien podría utilizarse en un tribunal como veredicto de una sentencia. En este caso, los términos “Tsadaq” y “Daikoó” son los empleados jurídicamente para declarar justo o inocente a aquel a quien se le imputa algo. Declarar “justo” al reo es lo opuesto a condenarle.

Se entiende que este proceso es una obra Trinitaria en la que las tres personas de la Deidad intervienen de forma activa, declarando inocente a la persona que está delante de Él, la cual ha sido acusada de algún tipo de mal. Así pues, una persona que ha sido declarada “justa” delante de Dios es como si nunca hubiese pecado.

1.2. Dios: El juez que imparte justicia.

Considerando que la definición que la R.A.E. aporta sobre el concepto “justicia” es el que sigue: “Principio moral que inclina a obrar y juzgar respetando la verdad y dando a cada uno lo que le corresponde”, ha de establecerse que Dios, siendo el máximo baluarte y expresión del concepto “justicia” en sí mismo, debe ser considerado como la autoridad suprema a este respecto por las razones que se acompañan:

– El universo ha sido creado por Él “ex nihilo”, es decir, de la nada (Génesis 1:1 -> “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”).

– No hay ser creado que se iguale a Dios (Job 38:3-4 -> “Ahora ciñe como varón tus lomos; Yo te preguntaré, y tú me contestarás. ¿Dónde estabas tú cuando Yo fundaba la tierra? Házmelo saber, si tienes inteligencia”).

– Sólo Dios es Justo (Esdras 9:15 -> “Oh Yahvé Dios de Israel, Tú eres justo…”).

– Sólo Dios es Santo (Salmos 22:3 -> “Pero Tú eres Santo, Tú que habitas entre las alabanzas de Israel” / Apocalipsis 15:4 -> “¿Quién no te temerá, oh Señor, y glorificará tu nombre? Pues sólo Tú eres Santo…).

Como consecuencia a lo anterior, queda establecido que Dios se constituye a sí mismo como Juez del universo y sólo a Él le corresponde impartir justicia en cuanto a la salvación o condenación de las almas se refiere (Santiago 4:12a -> “Uno solo es el dador de la Ley, que puede salvar y perder…”); o lo que es lo mismo, Él es quien declara justos para salvación o culpables para condenación.

Habiendo dejado meridianamente claro que Dios es Justo, Juez y quien imparte justicia, se hace necesario comprender que Dios no justificará al que viola los principios de justicia que Él representa, de forma que delante de Él el impío no puede ser justificado por sus propias obras (Éxodo 23:7 -> “De palabra de mentira te alejarás, y no matarás al inocente y justo; porque Yo no justificaré al impío”). Dios no puede justificar al impío ni sus obras per sé por cuanto Dios pesa con justicia todas las cosas y abomina a aquellos que llaman a lo bueno malo y a lo malo bueno (Proverbios 17:15 -> “El que justifica al impío y el que condena al justo, ambos son igualmente abominación al Señor”). Si Dios declarase inocente al que por sus obras es culpable estaría siendo injusto y eso va contra su propia naturaleza divina.

En relación a lo anterior, se hace preciso señalar que Dios aborrece las obras de los que se desvían de sus caminos de rectitud (Salmos 101:3 -> “No pondré delante de mis ojos cosa injusta. Aborrezco la obra de los que se desvían; ninguno de ellos se acercará a mí”) y a los que hacen de la maldad su modo de vida (Salmos 5:5-> Los insensatos no estarán delante de tus ojos; aborreces a todos los que hacen iniquidad”).

Hoy día, en esta mezcla de sociedad tan hedonista, disfrazada de buenas intenciones, se pudiera llegar a pensar que hay personas que por sus buenas obras merecen la salvación, y que si bien el infierno está hecho para aquellos que manifiestamente son malvados, hay un gran reducto de buenas personas que merecen ser salvos. Nada más lejos de la realidad. La Biblia testifica que el pecado separa a la persona de la comunión con Dios y por ende le incapacita para la salvación eterna, siendo las buenas obras de la persona un medio insuficiente para lograr el fin salvífico (Isaías 64:6 -> “Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos todos como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento” / Romanos 3:20 -> “Ya que por las obras de la Ley ningún ser humano será justificado delante de Él / Romanos 3:23 -> “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”).

1.3. El hombre: Un ser caído.

Como puede leerse a lo largo del tercer capítulo del libro de Génesis, hubo un momento en la historia de la humanidad en la que el hombre optó por anteponer sus deseos a sujetarse a la obediencia a Dios. Este evento histórico, conocido como “el pecado original”, promovió la entrada del pecado al mundo a través de Adán y Eva, lo cual derivó en la consecuente caída de la humanidad.

Como si de un cambio de ADN se tratase, el pecado se arraigó en lo más profundo del ser humano cambiando las reglas del juego. Como consecuencia se perdió el privilegio de mantener una relación con el Creador, el cual no puede mezclarse con la suciedad que el pecado representa debido a la santidad de Dios. Este es un mal que desde entonces, no solo se transmite de generación en generación sino que se expande y multiplica día tras día como cualquiera puede ver si echa un vistazo a su alrededor.

Múltiples son las formas en las que el hombre ha pecado desde que fue creado. Por citar alguna de ellas, se ha de reconocer que el hombre ha pecado contra Dios al querer vivir al margen de Él (Jeremías 15:6a -> “Tú me dejaste, dice Yahvé; te volviste atrás…” / Jeremías 13:25b -> “Porque te olvidaste de mí y confiaste en la mentira” / Ezequiel 22:12b -> “Te olvidaste de mí, dice Yahvé el Señor”). También ha pecado el hombre contra la creación en sí cuando ésta ha sido dada al dominio del hombre y éste no ha cuidado convenientemente de ella (Génesis 9:2-3). Esto se puede observar en la creciente contaminación del mundo en el que vive el ser humano y el deficitario cuidado sobre los animales y los ecosistemas.

No es menos importante reconocer que el hombre ha pecado contra sí mismo por cuanto no siempre cuida de la vida y el tiempo que se le ha dado, ni cultiva en ellos las cosas que son del agrado de Dios, sin dejar de lado el hecho de que el hombre también ha pecado contra su prójimo a través del incumplimiento de los mandamientos que al amor al prójimo se refieren.

Es por estas cuatro razones, que seguro se pueden argumentar más, que el hombre debe plantearse algunas preguntas cuyas respuestas el lector ya conoce, como por ejemplo: ¿Puede el hombre justificarse a sí mismo? ¿Podría declararse inocente por sus propios medios?

Como la Biblia revela, Job fue un hombre cuya integridad fue puesta a prueba y es curioso como a lo largo del desarrollo de su libro se van planteando cuestiones similares a las que se plantearon aquí, y cómo él mismo, en su trato con Dios y la prueba en la que estaba inmerso, va respondiendo a las cuestiones planteadas. (Job 9:20 -> “Si yo me justificare, me condenaría mi boca; si me dijere perfecto, esto me haría inicuo” / Job 15:14 -> “¿Qué cosa es el hombre para que sea limpio, y para que se justifique el nacido de mujer?” / Job 40:8 -> (Dios le responde) “¿Invalidarás tú también mi juicio? ¿Me condenarás a mí para justificarte tú?). De lo visto en esta parte se concluye, que tal y como Romanos 3:23 asevera, el hombre no puede justificarse a sí mismo y por cuanto toda la humanidad pecó, queda destituida de la gloria de Dios.

Ahora bien, si esto es así, como las Sagradas Escrituras revelan, y siguiendo los planteamientos de Job, ¿Cómo se justificará el hombre con Dios? (Job 9:2b).

1.4. La justificación del hombre por la obra de Cristo.

A modo de “flashback” se hace preciso regresar a los tiempos del Éxodo en el que Dios establece un sistema sacrificial para su pueblo en relación al pecado del mismo. Esto serviría como modelo para que la humanidad pudiera entender lo que Cristo haría en la cruz siglos después.

En dicho sistema sacrificial y grosso modo, el pecador ponía sus manos sobre el animal a sacrificar a quien se le imputaba el pecado de la persona a modo de trasvase del mismo. Hecho esto el sacerdote sacrificaba al animal el cual derramaba su sangre sobre el altar del holocausto como pago por el pecado que se le había trasvasado. Recordando que la Biblia dice que la vida está en la sangre (Levítico 17:11) y que la paga del pecado es la muerte (Romanos 6:23) podemos ver la clara asociación que hay en todo el sistema sacrificial decretado por Dios.

La Biblia también enseña que el sacrificio de los animales sólo podía “cubrir” los pecados de la humanidad pero no quitarlos del todo. Esto es así porque la finalidad per sé del sistema sacrificial israelita era apuntar a la obra de Cristo, de manera que el pueblo pudiera poner su mirada en el Redentor prometido, el Mesías anunciado.

Así pues se entiende que es el mismo Mesías, Jesucristo, el único cuyo sacrificio, y por ende derramamiento de sangre, tiene valor para satisfacer la justicia de Dios y quitar así los pecados de la humanidad; ahora bien, ¿por qué es Cristo el único que puede satisfacer la justicia de Dios y no cualquier otro?

En primer lugar, se hace preciso apuntar que sólo es acepto para este cometido el sacrificio de alguien que tenga vida en sí mismo. Un animal, una persona o un ser celestial de cualquier naturaleza carecen de vida propia, más bien la vida que tienen es prestada. Ninguno de los seres creados tienen vida en sí mismos sino la vida que Dios, el Creador les da, de manera que el sacrificio para el perdón de los pecados de la humanidad no podía ser llevado a cabo ni por un arcángel, ni por un querubín, ni por un ángel, ni persona o animal alguno, sólo por Cristo porque en Cristo hay vida propia como Creador del universo, tal y como se afirma en el siguiente texto:

“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por Él fueron hechas, y sin Él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella”. (Juan 1:1-5) “Y aquel Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del Unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad”. (Juan 1:14)

En segundo lugar, Dios, el Creador del universo, no comparte el privilegio ni la responsabilidad de la salvación con nadie (Salmos 3:8 -> “La salvación des de Yahvé; sobre tu pueblo sea tu bendición” / Jonás 2:9 -> “Mas yo con voz de alabanza te ofreceré sacrificios; pagaré lo que prometí. La salvación es de Yahvé”).

Finalmente, debe tenerse en cuenta que el valor de Cristo supera el valor de toda la creación en su conjunto. Si se pusiese en el extremo de una balanza a la creación y en la otra sólo a Cristo, la balanza se inclinaría rotundamente hacia su lado pues nadie se iguala a Él en dignidad, santidad, perfección, justicia, poder, honor, majestad, amor, misericordia y muchas otras cosas más.

Es por estas tres razones que Cristo es el único cuyo sacrificio es válido para perdonar los pecados de la humanidad caída, ahora bien, ¿cómo satisface Cristo Jesús la justicia de Dios?

Clavado en la cruz del Calvario, Jesús clama delante de quienes le sacrifican: “Elí, Elí, ¿Lama sabactani? (Mateo 27:46). ¿Por qué el Salvador de la humanidad recita estas palabras antes de morir?

La respuesta a la pregunta anterior nace en la intención que Jesús, el Maestro de maestros, tenía al clamar dichas palabras. En los tiempos del A.T. cuando un rabino se disponía a comenzar su clase sobre sus alumnos de las Sagradas Escrituras lo hacía recitando el primer versículo del salmo sobre el cual se iba a basar la enseñanza del día. En esta ocasión Jesús está siguiendo la tradición judía y está dirigiendo a la multitud presente al salmo 22 que sin duda conocerían.

El pueblo, entre los que estaban los propios fariseos, comienza a recitar en su mente los primeros versículos del salmo y cuando llegan al versículo 6 caen en la cuenta de lo que está pasando en aquella cruz. Jesús, cargando sobre sí mismo los pecados de la humanidad se ha constituido pecado a los ojos de Dios Padre, se ha hecho gusano y oprobio delante del Dios tres veces Santo y ahora espera el veredicto del que se sienta en el Trono.

“Con todo esto, Yahvé quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida por expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Yahvé será en su mano prosperada. Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos. Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo Él llevado el pecado de muchos, y orado por los trasgresores” (Isaías 53:10-12)

Jesús se ha hecho pecado siendo Santo, ha cargado con la culpa de las trasgresiones de la humanidad siendo Él inocente y sin pecado (2 Corintios 5:21 -> “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él”). Ahora Jesús, como el Cordero inocente que se presta delante de quien le va a juzgar, bebe de la copa de la ira de Dios para pagar con su vida la muerte que el pecado de la humanidad merece y derrama cada gota de sangre que hay en Él para que por medio de la fe en su sacrificio la humanidad pueda ser salva. Jesús ha demostrado con su propio ejemplo que Él es ese buen samaritano que pone a su cuenta la deuda adquirida por aquel a quien se rescata.

Ahora bien, ¿Qué consecuencias tiene la obra de Cristo en el pecador arrepentido? La obra de Cristo declara justo o inocente a aquel pecador que se arrepiente de sus pecados y acepta a Cristo por medio de la fe. De esta forma, el castigo que merece la persona por sus pecados es quitado ya que se intercambia la culpa de la persona por la justicia de Dios que se le imputa al creyente por las obras y méritos de Cristo.

También se hace preciso mencionar que la sangre de Cristo quita los pecados del creyente (1 Juan 1:7 -> “Pero si andamos en luz, como Él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado”), de forma que ahora puede disfrutar de una comunión relacional con su Creador sin que el muro que impedía esto siga levantado entre ambos (Efesios 2:14 ->“Porque Él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación”). Así pues, la justificación del creyente da a lugar a la adopción del mismo, es decir, el que por su pecado estaba destituido de la familia de Dios, ahora goza de todos los privilegios de un hijo de Dios (Efesios 2:13 -> “Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo” / Isaías 43:1b -> “No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú”).

1.5. Requisitos para la justificación.

Una vez explicado todo el proceso de la justificación, sólo resta decir lo que la persona tiene que hacer para que se le impute la justicia de Cristo y por ende sea justificado o declarado inocente de sus pecados. La clave está en la fe. Fe obviamente en la obra de Cristo en la cruz del Calvario, en cómo resucitó después de ser enterrado y en cómo siendo Dios mismo fue glorificado, sentándose por la eternidad en el lugar de dominio del universo.

En el siguiente ejemplo se puede ver cómo tiene lugar esto que se acaba de decir:

“Y creyó a Yahvé, y le fue contado por justicia” (Génesis 15:6)

En este mismo pasaje se pueden observar tres procesos interrelacionados. Primeramente se observa que Abraham “creyó”, es decir, tuvo fe. Abraham tuvo que haber reconocido su naturaleza caída, la naturaleza divina de quien le llamaba y las promesas que le hacía. Llevado a la vida de un creyente contemporáneo, tener fe se asocia al reconocimiento del estado caído de uno mismo, la naturaleza divina de Cristo, su obra en la cruz y las promesas eternas dadas por Él.

Por otra parte, el texto dice que “le fue contado”. Esta expresión establece una relación con la acción anterior de “creer” y en cuya consecuencia deriva lo que viene a continuación que es la imputación de algo de forma automática, o lo que es lo mismo, el hecho de creer hace que de forma automática algo le sea adjudicado a aquel que cree.

De esta expresión también se puede inferir que la asociación entre “creer y le fue contado” es la única obra que la persona puede hacer con valor salvífico delante de Dios.

Finalmente, la expresión “por justicia” deja claro que el fruto de lo que el creyente ha hecho al creer es ser declarado justo o inocente delante de Dios.

Así pues, y para concluir esta parte del estudio, es pues la fe en la obra de Cristo la que satisface la justicia de Dios y por ende declara justo al pecador arrepentido como único medio para la salvación del mismo.

Compártalo