SANTIFICACIÓN
Sergio Belmonte

SANTIFICACIÓN

3.1. Definición del concepto “Santificación”.

El concepto de santificación, tal cual pretende ser enseñado en las Sagradas Escrituras parte de los términos “Qadash” en hebreo y “Hagiazo” en griego. En el uso de ambos términos se puede observar elementos en común y es que ambos términos son utilizados para referirse a la acción de hacer santo, purificar o poner a parte para Dios a algo o a alguien, es decir, objetos o como es en el caso de los creyentes, personas.

Santificación es lo contrario a “Koinós” o “común”, y siempre ha de aplicarse en primera persona antes que buscar que los demás lo apliquen en sus vidas. De esta manera, es el creyente el que busca cada vez más participar de la naturaleza santa del Dios al que sirve, mirando por su purificación personal antes de poner el ojo en el de las personas de su entorno.

Santificarse no guarda relación con dejarse la barba más o menos larga, vivir sin escuchar música, ver la televisión o cubrirse la cabeza en el caso de las mujeres. Santificación tiene como idea central “Tanto la separación de lo mundano, como la dedicación a Dios” y ambos conceptos están unidos, relacionados y son indivisibles.

A modo de ejemplo, véase el caso de un cocinero profesional. Éste dispone de una variedad de cuchillos distintos para hacer su trabajo, unos tienen sierra y son útiles para cortar el pan, otros son pequeños y afilados para perfilar el pescado y otros son grandes y robustos para cortar grandes piezas de carne. Usar un cuchillo de sierra para cortar la carne después de haber cortado el pan hará que en la carne queden restos de pan y al revés hará que el pan recién cortado tenga trazas de carne, lo cual estropeará su sabor.

De la misma forma, la santificación guarda relación con la dedicación de la vida del creyente a Dios, el cual busca separarse de las cosas que le contaminan espiritualmente en aras de mantener la comunión con Él.

3.2. La santificación como el propósito de Dios para el hombre.

La idea central de este apartado consiste en mostrar al lector el tremendo deseo de Dios de que aquellas personas a las que salva se parezcan día tras día a Jesucristo. Este “parecerse más a Cristo” engloba aspectos tan importantes en la vida del creyente como son la moralidad, la forma de ver la vida, la relación con el pecado, la relación con Dios Padre, el cuidado familiar, el amor hacia los demás, la vida de servicio y sacrificio, y otros tantos aspectos; los cuales deben dejar de parecerse a la vieja concepción personal para ir pareciéndose cada vez más a la propia concepción de Cristo.

La santificación guarda estrecha relación con la santidad de Dios, la cual es un atributo definitorio del mismo tal y como puede verse en diversos pasajes de la Biblia. Tanto en el pasaje de Isaías (Isaías 6:3 -> “Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, Santo, Santo, Yahvé de los ejércitos, toda la tierra está llena de su gloria”) como en el libro de Apocalipsis (Apocalipsis 4:8b -> “Y no cesaban día y noche de decir: Santo, Santo, Santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir”) puede verse el énfasis que la literatura hebraica hace respecto de la santidad de Dios como un atributo atribuible a Él en su máxima expresión.

De esta manera se observa que en las Sagradas Escrituras, cuando el hombre habla con Dios en una conversación suele dirigirse a Él entre otras formas como el Santo de Israel o “Qedosh Yisrael” (Salmos 89:18 -> “Porque Yahvé es nuestro escudo, y nuestro Rey es el Santo de Israel” / Isaías 10:20b -> “Sino que se apoyarán de verdad en Yahvé, el Santo de Israel” / Isaías 12:6 -> “Regocíjate y canta, oh moradora de Sion; porque grande es en medio de ti el Santo de Israel”) a la vez que Él se autodenomina Santo (Isaías 43:3a -> “Porque Yo, Yahvé, Dios tuyo, el Santo de Israel, soy tu Salvador…” ), plasmando así la voluntad de que su pueblo sea santo como Él es Santo ( Levítico 11:44 -> “Porque Yo soy Yahvé vuestro Dios; por tanto os santificaréis, y seréis santos, porque Yo soy Santo; así que no contaminéis vuestras personas con ningún animal que se arrastre sobre la tierra” ); requisito inherente si se quiere formar parte del pueblo escogido de Dios (Hebreos 12:14 -> “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor”).

Ahora bien, dicho lo anterior, es normal que el creyente se pregunte cómo puede ser santo viviendo en un mundo rodeado de tanto pecado. Esto mismo le sucedió al profeta Isaías cuando fue llevado a la presencia de Dios (Isaías 6:1-7 -> “En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria. Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo. Entonces dije: !!Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos. Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas; y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado”). Él, siendo profeta, se sintió un hombre inmundo al ser llevado a la presencia de Dios y como comparación con la santidad divina. Es en el momento en el que él reconoce su inmundicia cuando un serafín vuela hacia él con un carbón del altar con el que toca sus labios y limpia sus pecados.

Esto que sucede en este pasaje está fuertemente relacionado con el sacrificio de Cristo en la cruz, y es que si el lector recuerda, el altar es el lugar del sacrificio, luego se establece una relación entre el fruto del altar en la escena del profeta Isaías, que resulta en la limpieza de su inmundicia y el fruto del sacrificio de Cristo en la cruz para limpieza de los pecados de los creyentes.

En este contexto, la santificación del creyente, procedente del sacrificio de Cristo en la cruz del Calvario, establece un vínculo con la justificación provista por la obra expiatoria de Jesús. Así, se entiende que mientras que “la justificación es lo que Dios hace por el creyente, la santificación es lo que Dios hace en el creyente”.

3.3. El proceso de la santificación del creyente.

La santificación del creyente consta de dos etapas o estados, bien diferenciados y que se aplican desde el mismo momento en el que se arrepiente de sus pecados y acepta a Cristo como su Señor y Salvador.

La primera etapa o estado referente a la santificación se denomina “santificación instantánea o posicional”. Tal y como puede leerse en la literatura bíblica (1 Corintios 6:11 -> “Y esto erais algunos; más ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios”) los verbos “lavados, santificados y justificados” se utilizan en el tiempo verbal de pasado, lo cual indica una acción que ya tuvo lugar. Así pues, una persona que se arrepiente de sus pecados y acepta a Cristo es desde ese mismo instante, y gracias a la obra de Dios en él, una persona declarada inocente, santa y limpia delante de Dios Padre, el cual ve al nuevo creyente a través de la sangre perfecta de Cristo (Hebreos 10:10-14 -> “En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre. Y ciertamente todo sacerdote está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados; pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies; porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados.”).

La segunda etapa o estado al que se refiere este apartado se denomina “santificación progresiva o práctica”, que viene a indicar el trabajo progresivo y cooperativo entre Dios y el creyente en aras de parecerse más a Jesucristo, como ya se vio con anterioridad. Para entender esto mejor, se hace preciso analizar algunos pasajes bíblicos (1 juan 1:7 -> “Pero si andamos en luz, como Él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado”). En este texto, y en otros como Romanos 8:1, se puede ver el verbo “andar”, en este caso utilizado en presente continuo. Cuando se acude al griego se encuentra que el término utilizado en esta ocasión es “peripateo”, el cual indica una acción continua que se mantiene con el tiempo. Esto indica un estilo de vida, de manera que cuando una persona lleva un estilo de vida con la voluntad de agradar a Dios, es decir, cumple con “peripateo”, la sangre de Cristo le limpia de sus pecados, tal y como el pasaje anterior asevera.

En ocasiones, la suma de estas dos etapas o procesos no es sencillo de entender. Es evidente que el creyente, aun habiéndose arrepentido de sus pecados, volverá a pecar de forma eventual por causa de la naturaleza pecaminosa que aún está arraigada en su cuerpo mortal. Para explicar esto, imagínese el lector un programa de retoque de imágenes como el que se puede encontrar en cualquier Smartphone. Dicho programa contiene filtros que permiten modificar las imágenes al antojo de cada uno. De esta manera, el creyente es visto a través del filtro del sacrificio de Cristo a los ojos de Dios Padre, siendo el creyente limpio, justo y santo a los ojos de Dios aunque de forma eventual ha pecado consciente o inconscientemente.

El creyente, desde su conversión, aborrece el pecado pero no siempre obra lo rectamente que debería y cae en pecado debido a diversas razones. Esto le lleva a una vida de arrepentimiento constante en la que reconoce sus errores delante de Dios y le pide ayuda para crecer en la santidad que agrada al Señor.

3.4. Medios para la santificación.

Llegado este punto, muchos son los creyentes que se cuestionan qué pueden hacer para crecer en la santidad que Dios anhela ver en su pueblo. Crecer en santidad es fomentar en los hábitos diarios, en relación a ese “peripateo” que se vio con anterioridad, cualquier actividad que acerque al creyente a Su relación y por ende mejore la comunión con Él.

Por citar algunos de los medios de los que el creyente dispone, se hace imprescindible comenzar diciendo que la Palabra de Dios es el medio principal por el que la persona puede crecer en santidad ya que ella revela la perfecta y santa voluntad de Dios para la vida del creyente en su relación con la deidad y los asuntos cotidianos del día a día.

El mismo Señor Jesús pidió en oración al Padre que santificase a sus discípulos a través del poder transformador de las Escrituras (Juan 17:17 -> “Santifícalos en tu verdad, tu Palabra es verdad”), las cuales obran con poder en el creyente afectando a todas las áreas de su vida, comenzando desde el interior y dando sus frutos externos de forma visible a los del entorno. La Palabra da sabiduría al hombre para guardarse del camino de perversidad (Salmos 17:4 -> “En cuanto a las obras humanas, por la Palabra de tus labios yo me he guardado de las sendas de los violentos” / Salmos 119:105 -> “Lámpara es a mis pies tu Palabra, y lumbrera a mi camino”), limpia el camino del creyente arrepentido de sus viejos pecados (Salmos 119:9 -> “¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu Palabra”), y le instruye para ser de instrumento de las buenas obras de Dios en mitad de la sociedad en la que vive (2 Timoteo 3:16-17 -> “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”).

Por otra parte, otro medio para la santificación es el participar en las ordenanzas de Cristo para su iglesia. Estas incluyen la Gran comisión (Mateo 28:19 -> “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo), que no es otra cosa sino la predicación de las buenas noticias de salvación del mundo mediante la obra expiatoria de Cristo Jesús para todos aquellos que se arrepienten de sus pecados y confían en Él como el salvador de las almas perdidas, y no menos importante es la participación de la Santa Cena del Señor, en la cual se recuerda con solemnidad el sacrificio de Cristo por los creyentes a la vez que con gozo se recuerdan las promesas hechas por Él y que a su tiempo se cumplirán cuando venga a por su iglesia o la reclame a su presencia (Lucas 22:19 -> “Y tomó del pan y dio gracias, y lo partió y les dio, diciendo: Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado, haced esto en memoria de mí”).

No hay que olvidar lo importante que es que el creyente se reúna con el cuerpo de creyentes, es decir, la iglesia universal, como un medio más que provee santificación en su vida. En este mundo cada vez más caído en el pecado se hace vital rodearse de hermanos para compartir la fe, hablar cosas que no corrompen y edificarse mutuamente bajo la dirección del mismo Señor y Dios al que profesan su fe (Gálatas 6:2 -> “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo / Gálatas 2:10 -> “Así que, según tengamos oportunidad, hagamos el bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe” / Hebreos 10:24-25a -> “Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre…”).

Aunque si bien es cierto que la Biblia deja bien claro que la salvación es por medio de la fe en Jesucristo y no por medio de las obras que el ser humano pueda hacer, sí que es necesario reconocer que es del agrado de Dios que el hombre ande en las buenas obras que Él ha preparado de antemano (Efesios 2:10 -> “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas”). Es así que hacer el bien a los demás en la medida de las posibilidades de cada uno es otro instrumento de santificación del creyente que sin duda le acercarán cada vez más al corazón generoso, bondadoso y misericordioso del Dios al que sirve.

Finalmente, y como todo creyente ya sabrá a estas alturas, el último medio para la santificación, aunque no menos importante, es la oración. Es a través de la oración que el creyente puede afinar su oído a la voz de Dios y abrir su corazón en un acto de intimidad relacional como pocos existen (1 Tesalonicenses 5:17 -> “Orad sin cesar” / Efesios 6:18a -> “Orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu…”). La oración se constituye como uno de los pilares que sostienen la comunión entre Dios y el creyente a la vez que suponen el medio por excelencia para la intercesión por las necesidades propias y ajenas, siendo además un medio único para que el creyente sea consciente del escudriñar del corazón propio por parte de Dios, a fin de ver aquellas cosas de las que uno ha de arrepentirse con la finalidad de cambiar. De esta forma, la oración se constituye en un elemento fundamental para la santificación de la persona.

3.5. La santificación como un proceso cooperativo entre Dios y el creyente.

Cuando un agricultor quiere obtener una buena cosecha, no basta con el deseo de obtenerla, tiene que existir una sinergia entre hacer la parte que le corresponde como agricultor por un lado y confiar en que se darán aquellas cuestiones que están fuera de su alcance por otro. Así de esta manera, el agricultor responsable hará una correcta planificación del tiempo y medios para la siembra más adecuados a su alcance, madrugará durante muchos días y se esforzará hasta ver el fruto deseado. Esta es la parte que le corresponde mientras que deberá confiar que Dios mandará la lluvia, el sol y dará el crecimiento a las plantas hasta que finalmente se conviertan en la ansiada cosecha.

De igual modo sucede con la santificación de la persona, es un trabajo cooperativo entre Dios y el hombre en el que hay una sinergia de esfuerzos a la vez que un reparto de responsabilidades.

De lo dicho anteriormente se infiere que Dios se encarga de hacer su parte mientras que delega ciertas responsabilidades en el hombre, el cual deberá de hacer aquello que se le encomienda. No debe esperarse que Dios haga aquello que no le corresponde, porque Dios no obligará al hombre a hacer aquello que no desea hacer, sino que será el hombre el que deba sacrificarse en aras de ser santificado tal cual es el deseo de Dios para su vida.

Así pues Dios hace su parte al enviar a su Hijo a derramar su sangre por perdón de nuestros pecados, permitiendo al hombre andar en santidad relacional con Él (1 Juan 1:7 -> “Pero si andamos en luz, como Él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado). También es Dios el que da el primer paso para revelarse a sí mismo y su voluntad a través de las Sagradas Escrituras, las cuales se ha dicho con anterioridad que santifican al creyente (Efesios 5:25b-26 -> “Así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la Palabra”). Finalmente, Dios santifica al creyente a través de su Espíritu Santo y su obra activa dentro de él (1 Pedro 1:2a -> “Elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo”), gracias a la fidelidad que Él demuestra a través de las Sagradas Escrituras (1 Tesalonicenses 5:23-24 -> “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, y espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es el que os llama, el cual también lo hará”).

De la misma forma se espera que el creyente haga la parte que le corresponde cuando busca la santidad como un acto de su voluntad (Colosenses 3:1-2 -> “Sí, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra” ), al igual que decide voluntariamente apartarse de aquellas cosas que le pueden llevar a pecar (1 Timoteo 6:11 -> “Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre” / 2 Timoteo 2:22 -> “Huye también de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor). Es también responsabilidad del creyente el establecer disciplinas espirituales en su vida que le acerquen cada vez más a Dios así como obedecer las directrices que Dios le da, aplicándolas a su vida cotidiana (Santiago 1:22 -> “Pero sed hacedores de la Palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos” ).

Bien, finalizado el estudio y dadas las herramientas necesarias, se desea que el lector ponga en práctica con la ayuda del Señor, lo enseñado aquí para que su vida sea de honra y honor a Aquel que es Digno y al cual debemos absolutamente todas las cosas. Glorificado sea el nombre del Señor Jesucristo. Amén.

Compártalo